Una fe sin religión

Los Aztecas no tenían una religión tal como la concebimos en la actualidad. No había una organización burocrática y vertical que controlara las creencias de los feligreses mediante un dogma. Hoy en día, las religiones se conforman por un grupo de individuos que aseguran tener el monopolio de la verdad sobre la interpretación de la voluntad de Dios. Está basada en una división de tareas, una jerarquización de los religiosos y su distinción para con los laicos. Permite el ejercicio del poder de unos cuantos hombres sobre otros. Generalmente se distingue a las “grandes” religiones, es decir, a las monoteístas que predominan en el mundo (Judaísmo, Cristianismo, Islam, Budismo) de las demás religiones minoritarias y sectarias. Más allá de esta clasificación, si examinamos la palabra religión viene del latín “re ligare“, volver a ligar. Por eso, el objetivo espiritual de una religión es volver a relacionar a las personas con Dios o con el Espíritu (para los budistas).

Sin embargo, para la mayoría de pueblos mesoamericanos, y era el caso de los Aztecas, no necesitaban de una religión para vivir su fe. No requerían de una institución para volver a relacionarse con Dios, pues simplemente vivían en comunión con Él. Eran monoteístas. En su poesía se referían a él como Titlacáhuan, Moyocoyatzin, Tloque Nahuaque, Ipalnemohuani, Yaolli Ehécatl, Ixtepa, entre muchos otros nombres. Pero se trataba siempre del mismo y único Dios Creador; invisible como el viento e impalpable como la noche. Los hombres y mujeres que formaban parte del pueblo Azteca sabían de la existencia de este Ser superior, omnisciente y omnipotente. Dejándose guiar por su fe genuina, edificaban pequeños altares en los cruces de caminos, momoztli, para permitir a Dios descansar ahí, comer y saciar su sed. (Luego de la Conquista, las nuevas autoridades los nombraron “mentideros” y así trastornaron el sentido de esos lugares sagrados al aire libre donde los antiguos nahuas dejaba voluntariamente, todos los días, sus ofrendas).

Los Aztecas decían con razón que Dios estaba en todos los lugares y en todas las cosas, por lo que no veían necesario construir lugares exclusivos para celebrarlo y hablar con Él. Si no hubo templos que le fueran dedicados arriba de las pirámides era precisamente porque sabían que Él vivía en el corazón de cada quien. Lo llamaban el Dador de vida. Tenían una fe extraordinariamente profunda sin que nadie les hubiere explicado cómo era Él, cómo debían hablarle o cuál era su voluntad. Con esta feliz certeza de formar parte suya, los Aztecas solían hacerle ofrendas de alimentos y copal, de sangre e incluso de su propia vida. Eran libres de toda coerción en lo que concernía a la expresión pública de su fe. Siempre estaban en comunión con Dios, libres y soberanos. Hacían las ceremonias y los rituales de corazón.

Asimismo, a lo largo del año, se celebraban fiestas en honor a un ancestro. Eran seres de esencia divina, masculinos o femeninos, que habían venido a la Tierra en los tiempos remotos. Fundaron linajes. Los más sabios se referían a ellos como zan tlacatl, zan tlaeotl (“no más hombres, no más nobles”). A la vez, patriarcas y guías sobrenaturales, seres divinos como Quetzalcóatl, Tláloc y Xipe Totec aportaron a los hombres lo necesario para que pudieran desarrollarse y vivir felices. Huitzilopochtli jugó un papel fundamental en el destino del pueblo Azteca. En cuanto a los seres más importantes del panteón azteca, podemos mencionar a Coatlicue, la Madre Tierra; Xochiquetzal, la protectora del amor y Chicomecóatl, la cuidadora del maíz. Todos ellos habían sido seres de luz que vivieron y murieron en la Tierra. Los pueblos prehispánicos celebraban su memoria con ayunos y danzas.

Los tlatoqueh (plural de tlatoani “gran orador, emperador”) y los chamanes fungían como intercesores entre la Tierra y el Cielo, el pueblo y los seres divinos. Además de cumplir con sus respectivas funciones eran médiums. El espíritu de determinados ancestros se manifestaba en sus cuerpos. Estos espíritus hablaban con la gente presente, les daban consejos o les llamaban la atención para que todos, hombres y mujeres, siguieran el buen camino. También curaban a los enfermos mediante sanaciones espirituales. Lo que hacían era extraordinario, pues habían recibido el don de la palabra y ese poder de curar a los enfermos. Aliviando el sufrimiento de la gente –utilizando el cuerpo (materia) de un tlatoani–, el espíritu de estos seres divinos cumplía con la voluntad de Ometéotl, Padre y Madre de todas las cosas y de todos los seres.

One Comment

  1. Dante De La Rosa

    El aprender más de nuestra historia y antecesores es un privilegio, gracias por enriquecer nuestras vidas con estas narraciones..

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