El ser humano y los astros

La sabiduría del pueblo azteca era tan grande y sus conocimientos tan profundos que nos es difícil dimensionarlos. Esto puede verificarse en el caso de la astrología puesta al servicio de las personas.

Durante sus años de formación, los aprendices astrólogos habían observado largamente el firmamento para comprender el movimiento de los astros. También estudiaban matemáticas y astronomía. Tenían que aprender de memoria los diferentes significados de los glifos (los signos de las veintenas)  ajo la dirección estricta de un maestro. La base de este conocimiento era un saber racional, una matemática del mundo, como lo afirma acertadamente la antropóloga Sejourné. Una vez graduados en la escuela superior (calmecac), eran capaces de leer e interpretar los números del calendario lunar tonalpohualli, en combinación con el calendario solar xiuhpohualli, para guiar a la gente en sus decisiones más importantes. “La lectura y cuenta de los días” era un oficio especializado que se transmitía de generación en generación en los linajes de las familias nobles. Quien ocupaba este arte (el tonalpouhqui) era capaz de orientar a los campesinos respecto del clima por venir y los días de cosecha y siembra; también a las parejas jóvenes que querían casarse; determinaba el día de recibimiento de agua de un bebe; la fecha propicia de una ceremonia, así como el mejor día para comenzar una expedición comercial o la guerra.

Los pueblos mesoamericanos creían firmemente que la conducta adecuada de una persona -en cuanto a sus decisiones, su modo de vida y sus penitencias- podía revertir o por lo menos atenuar los obstáculos venideros señalados por los astros. Independientemente de las circunstancias astrales de su nacimiento, cada hombre, cada mujer tenía la posibilidad de forjar su destino. Las palabras del tonalpouhquiguiaban a las personas para que hicieran un uso adecuado de su libertad y así pudieran contrarrestar los efectos adversos de sus debilidades. Todos, incluso quienes habían nacido en un día negativo, tenía la posibilidad de ser mejores personas y más sanas.

El conocimiento de esta relación cósmica y numérica (el día en que una persona caía enferma) permitía a los médicos aztecas realizar un diagnóstico exacto y dar una prescripción atinada. Ciertos nombres de los órganos del cuerpo eran nombres de cuerpos celestes: por ejemplo, los antiguos nahuas llamaban la cabeza Ilhuícatl, que significa “cielo”. Esta correspondencia de los órganos del cuerpo humano con el cosmos, es detallada en el Códice Vaticano 3738, en el cual se muestra el dibujo de un hombre desnudo rodeado por los 20 signos de los días que se relacionan, cada uno, con una parte específica del cuerpo. El pedernal, técpatl, corresponde a los dientes; el movimiento ollin, a la lengua; la serpiente, cóatl, al miembro viril del hombre, y así en lo sucesivo. Además, asignaban al ser humano tres entidades anímicas. El tonalli, localizado en la cabeza, representaba a la estrella solar y al aire; el yolotl, ubicado en el corazón, simbolizaba el mundo central de Tlalocan y el agua; finalmente, el ihíyotl se encontraba en el hígado y significaba la tierra. Asimismo, los antiguos médicos no consideraban a la enfermedad de forma aislada como producto del azar, sino la asociaban a un posible desequilibrio energético relacionado con una determinada posición de los astros en el cosmos. Lo que podía profetizarse para los individuos, podía serlo también a nivel general. Los astrólogos eran capaces de compartir a los dirigentes una información precisa sobre el devenir del pueblo.

En este sentido, los aztecas sabían con precisión cuándo los hombres blancos llegarían a sus tierras para destruir su civilización. Jamás pensaron que la llegada de Cortés era el regreso de Quetzalcóatl. Y si el huey tlatoani Moctezuhma le mando regalar, entre otras cosas valiosas, un atuendo de Quetzalcóatl en oro y plata, era para que el mercenario español pudiera seguir el ejemplo de aquel dios blanco y barbudo. Los tonalpouhqui habían anunciado el desembarque de estos hombres enfermos de oro, y siete presagios funestos habían corroborado su profecía. La destrucción del pueblo azteca había sido anunciada. El imperador nunca ordenó matar a quienes le dijeron lo que iba a pasar; no iba a sancionar con la muerte a los astrólogos que le anticiparon los trágicos acontecimientos por venir. Más bien, el huey tlatoani Moctezuma, junto con los demás responsables, hizo todo lo que pudo para detener esta cadena de sucesos sombríos. Dio un excelente trato a Cortés y sus huestes, los recibió como amigos, les obsequió valiosos regalos. A pesar de saber lo que muy posiblemente iba a acontecer, Moctezuma le pidió con mucha fe a Dios proteger a todos, a las mujeres, a los niños y huérfanos; ayunó largos días y ofrendó su sangre en múltiples ocasiones. Pago con su vida el cambiar el destino de su pueblo.

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